TOTENREICH

Hace dos días leí un comentario de Luis María Ansón, en mi opinión bastante desafortunado, sobre la importancia menor de la producción de Richard Strauss (1864-1949) en la historia de la ópera, y cómo una exquisita y oscura Salomé sólo se representa -según Ansón- para suplir los huecos en la programación de los teatros. Exactamente dice esto en su artículo «Robert Carsen, el hedor de Salomé», respecto de la puesta en escena que hace unos días se vio en el Real de Madrid:

Richard Strauss no se encuentra, en mi opinión, entre los más grandes de la ópera. Le falta aliento y envergadura. Su música es estimable y, a ráfagas, excelente, pero Salomé es sólo una ópera discreta, que sirve de relleno a las temporadas brillantes. Está lejos de Mozart, de Beethoven, de Wagner, de Verdi, de Puccini, de Stravinski. El libreto de Hedwig Lachmann empequeñece, por cierto, el talento de Óscar Wilde. Pero tendría un pasar si Robert Carsen hubiera hecho una apuesta ambiciosa e inteligente de la ópera.

Tengo amigos que compartirían este criterio, aunque la mayoría lo rebate, y me da la impresión de que el celebérrimo Ansón, ocupante de la letra «ñ» en la Real Academia Española de la Lengua, sólo busca con estas declaraciones, la polémica periodística, esa sin la cual muchos no pueden vivir en paz. Confieso, no obstante, que no estoy seguro de si Ansón se refiere sólo a su particular visión de Salomé, o al conjunto de la obra de Richard Strauss porque, entrelíneas, es lo que se lee.

Sin entrar a considerar la obra de Carsen, de la que no soy muy devoto, lo triste es ver reducido a ese genio que fue Richard Strauss a una categoría inferior a Puccini o Stravinsky, o desde el punto de vista operístico, incluso por debajo de Beethoven, por mucho que el primero haya sido la visagra imprescindible entre verismo y último romanticismo hacia nuevas concepciones escénicas; el segundo uno de los compositores más innovadores e influyentes de toda la música del siglo XX; y el tercero un innegable genio, sobre todo sinfónico, que trasciende cualquier época. Richard Strauss representa, para mí, todo lo que es Thomas Mann para la literatura universal: una carga de lirismo tremendo, un paisaje de tinieblas donde se identifica y autorreconoce el individuo, el auténtico drama de la desolación humana en lucha por la supervivencia mientras avanza entre notas cómicas y hasta banales, más allá de las notas heroicas y maravillosas que antes recibimos -desde su letanía y opulencia- de Richard Wagner. El niño prodigio que fue Strauss se advierte en todos esos Lieder, en los que asoma una soberbia interpretación de la belleza, algo tan inasible como sobrecogedor: una esperanza, un amanecer o una puesta con la sutil caricia de los elementos, algo extremadamente difícil de conseguir en música, acoplando de la mejor manera posible el texto poético con el texto musical. Tengo un amigo al que le gustaría que, en su funeral, se interpretaran los Vier letzte Lieder, las Cuatro últimas canciones, compuestas en 1948, en el ocaso de la vida de Strauss. (Ya es conocido que mi Lied favorito es esa pequeña joya llamada «Morgen!», compuesta entre 1894 y 1897 en diferentes versiones.)

Y entonces está el Strauss mítico, el que resucita y reinventa mitos bíblicos y clásicos, echando mano de interpretaciones famosas o apoyándose incluso en ocasiones en elementos de la Commedia dell’arte: Salomé (1905), Elektra (1909), Ariadne auf Naxos (1912), Die ägyptische Helena (1925), Daphne (1937). Aquel que dio entrada a Hugo von Hoffmansthal, con quien formó una de las parejas artísticas más intensamente líricas de la historia de la ópera. Incluso se oyeron los ecos mozartianos en su Der Rosenkavalier (1910).

No voy a polemizar con Ansón, en definitiva él nunca leerá este pequeñísimo blog, y respeto la libertad de criterio, y aún más de aquellos a quienes le presupongo una alta cultura. Ellos sabrán por qué afirman determinados disparates, basados en el mero gusto, más que en valoraciones propiamente musicales o escénicas, y experiencias que creo al famoso periodista le faltan por vivir. Sólo recuerdo ahora mismo esa escena extraordinaria de Ariadne auf Naxos, en la puesta del Metropolitan Opera House, en 1988, dirigida por James Levine: Ariadne canta en el que es -para mí- el momento más sobrecogedor y evocador de la ópera. Ha sido abandonada en una isla y espera a Hermes, enamorada y arrojada a un destino fatal, deseando entrar al Reino de los Muertos.

Voy a dejar este lamento como evidencia de la grandeza del genio de Strauss. Dejaré que la potentísima voz de Jessye Norman enseñe el camino de ese (por algunos sobreestimado) lirismo, como otrora hicieran Lotte Lehmann, Elisabeth Schwarzkopf, Lisa della Casa, y hasta Birgit Nilsson o Leontyne Price.

ES GIBT EIN REICH

Es gibt ein Reich,
Wo alles rein ist :
Es hat auch einen Namen :
Totenreich.
Hier ist nichts rein!
Hier kam alles zu allem.
Bald aber naht ein Bote,
Hermes heißen sie ihn.
Mit seinem Stab
regiert er die Seelen :
Wie leichte Vögel,
Wie welke Blätter
Treibt er sie hin.
Du schöner, stiller Gott!
Sieh! Ariadne wartet!
Ach, von allen wilden Schmerzen
Muß das Herz gereinigt sein;
Dann wird dein Gesicht mir nicken,
Wird dein Schritt vor meiner Höhle,
Dunkel wird auf meinen Augen
Deine Hand auf meinem Herzen sein.
In den schönen Feierkleidern,
Die mir meine Mutter gab,
Diese Glieder werden bleiben,
Stille Höhle wird mein Grab.
Aber lautlos meine Seele
Folget ihrem neuen Herrn,
Wie ein leichtes Blatt im Winde
Folgt hinunter, folgt so gern.

Du wirst mich befreien,
Mir selber mich geben,
Dies lastende Leben
Du nimm es von mir.
An dich werd’ ich mich ganz verlieren,
Bei dir wird Ariadne sein.

~ por Félix Hangelini en May 3, 2010.

3 respuestas to “TOTENREICH”

  1. ARIADNA

    Existe un reino donde todo es puro,
    y tiene además un nombre:
    El reino de los muertos.

    ¡Aquí nada es puro!
    ¡Aquí todo se confunde!

    Pero se aproxima un mensajero,
    Hermes se llama.
    Con su bastón conduce a las almas.
    Como ligeras aves,
    como hojas mustias él las guía.
    ¡Bello y silencioso dios!
    ¡Mira! ¡Ariadna te espera!
    ¡Ay, de todos los impuros sentimientos
    este corazón deberá liberarse!
    Entonces podré ver tu rostro,
    cuando tus pasos te conduzcan hasta mi gruta.
    La oscuridad cubrirá mis ojos
    y tu mano se posará sobre mi corazón.
    Con las bellas vestiduras festivas,
    que mi madre me dio,
    reposarán mis miembros para siempre
    en la silenciosa cueva de mi sepulcro.
    Pero mi silenciosa alma
    seguirá a su nuevo señor,
    como una ligera hoja
    sigue gustosa al viento.
    La oscuridad llenará mis ojos
    penetrando hasta mi corazón.
    Estos miembros estarán envueltos
    en el bello sudario para siempre.
    Tú puedes liberarme
    entregándome a mí misma.
    Descarga de mí
    la abrumadora existencia.
    Y así contigo estaré,
    por fin olvidada,
    Ariadna siempre fiel.

    (tomado de http://kareol.es/obras/ariadnaennaxos/acto2.htm)

  2. Hola Félix:
    No me une nada con el Sr. Ansón, al menos que yo sepa.
    Muchas veces he exasperado a algunos amigos con algún juicio un tanto severo y quizás superficial del opus operístico de Richard Strauss, del que sinceramente salvaría las que mencionas y aún así descartaría una. ¿Quiero eso decir que desprecie su obra?, No, en absoluto, tiene suficientes obras maestras y obras que alcanzan la cima imposible de la belleza, como para pasar a la historia al lado de los más insignes, de los privilegiados, de los sublimes, pero también encuentro que tiene tanta banalidad y tanto relleno, que en un fuera de serie como era él, sencillamente me exaspera, no se lo permito.
    No se puede pretender de un genio creador, que todas sus obras sean obras maestras, pero tampoco que al lado de maravillas mencionadas, encontremos otras fruto del conformismo, la desidia o el interés mercantilista que su nombre glorioso le proporcionaba.
    El Strauss operístico llegó a la cima demasiado pronto y se asustó, el callejón donde se metió con su Salome y su Elektra le asustó tanto, que tuvo que dar marcha atrás, para situarse otra vez en la lujosa e iluminada avenida por donde transcurría la vida placentera. Allí volvió a dar signos de su ostentosa genialidad e incluso volvió a girar por alguna callejuela con peligro, una callejuela sin sombra, pero decidió mantenerse en la cómoda posición del prestigio conseguido y de su habilidad innata para llegar a lo más hondo del corazón con una simple canción.
    Strauss siempre parece que mire atrás, y cuando se decidió a mirar hacia adelante, provocó un genial cataclismo.
    Al Sr. Ansón quizás le sobre cerebro y le falte sexo para adentrarse en Salome, si también escuchara con él, no opinaría lo mismo. Una lástima, para él, claro.

  3. Joaquim, es cierto lo del relleno, pero si revisamos la obra de otros grandes, igualmente podríamos encontrar partes flojas. Comparado con la magnificencia de un Wagner (en mi criterio, uno de los pocos que puedo nombrar superiores a Strauss), es cierto que hay desniveles marcados en cuanto a las calidades de las óperas, pero las que son, SON. Y a veces una obra te garantiza la trascendencia.
    Para mí hay algo más que el conjunto de Lieder y óperas, es un espíritu que está detrás, algo que (aún) no consigo explicar, que me seduce. Debe ser la época, las circunstancias, esa sombra terrible que le tocó vivir y le costó traducir. Sólo digo quizás. Lo que sí -y en esto soy vehemente- se necesita un entendimiento profundo para una puesta straussiana.
    Ya conoces de mi afinidad hacia la Lehmann, que era su cantante favorita y amiga personal. Strauss en Viena junto a Lehmann tiene que haber sido una experiencia fascinante… se me hace la boca agua de imaginarme esa Mariscala.

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